ARTICULO DE INVESTIGACIÓN ORIGINAL
Fecha de presentación: 13-01-2021 Fecha de aceptación: 24-05-2021 Fecha de publicación: 9-07-2021
LA ABEJA, PRIMERA REVISTA LITERARIA DE TRINIDAD
LA ABEJA, TRINIDAD'S FIRST LITERARY MAGAZINE
Javier Alejandro Brito-Padilla ¹, Luis Orlando León-Carpio ²
[1] Licenciado en Periodismo en la Universidad Central «Martha Abreu» de Las Villas (2014). Telecentro provincial Centrovisión de Sancti Spíritus. Cuba. Correo: jbritopadilla@gmail.com. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-5670-634X .² Licenciado en Periodismo en la Universidad Central «Martha Abreu» de Las Villas (2014). Grupo Editorial de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios. Sancti Spíritus, Cuba. Correo: luiso.leon@gmail.com. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0003-3539-3425
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¿Cómo citar este artículo?
Brito Padilla, J. A. y León Carpio, L. O. (Julio-octubre, 2021). La Abeja, primera revista literaria de Trinidad. Pedagogía y Sociedad, 24 (61), 133-156. Recuperado de http://revistas.uniss.edu.cu/index.php/pedagogia-y-sociedad/article/view/1185
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RESUMEN
Introducción: La Publicación Periódica La Abeja (1856) de Trinidad constituyó la primera publicación impresa seriada de esa localidad que priorizó en sus páginas el reflejo del creciente movimiento cultural y literario de la tercera villa fundacional cubana. Objetivo: por el interés que reviste La Abeja, el presente artículo caracteriza, desde una perspectiva cualitativa, los rasgos que la tipifican (infraestructura, estructura y supraestructura), en interdependencia con esos mismos niveles dentro del Sistema Social del período de análisis. Para dar cumplimiento al objetivo, se emplean métodos como el histórico-lógico y la investigación documental o bibliográfica; y se utilizan técnicas como la entrevista semiestructurada. Como resultado fundamental se determina el uso de imprenta de tecnología artesanal, la rudimentaria organización del trabajo dentro del medio en la primera etapa, y el predominio de contenidos de temas culturales, siempre dirigidos a la clase media y alta de la sociedad trinitaria. Conclusiones: la investigación contribuye a la historia de una ciudad colonial con más de 505 años de fundada que, en el 2020, arribó a los 200 años de inaugurar el periodismo en la región central de Cuba.
Palabras clave: historia local; periodismo; publicación seriada; publicación periódica; Trinidad
ABSTRACT
Introduction: La Abeja (1856) Periodical of Trinidad was the first serial printed publication of Trinidad which prioritized in its pages the reflection of the growing cultural and literary movement of the third Cuban foundational village. Objective: Due to the interest awakened by La Abeja, this article characterizes, from a qualitative perspective, the aspects that typify it (its infrastructure, structure and superstructure), in correlation with those same levels within the Social System of the analyzed period.
In order to fulfill the objectives, methods such as the historical-logical, the analysis of documents and the semi-structured interview technique were applied. The outcome of the research presents the following results: The manufacturing technology was used for the printing process of this periodical. In addition, a simple organization of the work structure was identified. Furthermore, the cultural themes were its main focus and the middle and upper classes of the local colonial society were its target audience. Conclusions: Overall, the research contributes to the history of Trinidad, a colonial city with more than 505 years since its foundation, which also celebrated in 2020, the 200th anniversary of bringing the world of journalism, for the first time, to the central region of Cuba.
Keywords: local history; journalism; serial publication; periodical; Trinidad
INTRODUCCIÓN
L |
a creación de la imprenta constituyó un punto de giro en los procesos comunicativos y en la literatura universal. Su expansión se le atribuye al alemán Johannes Gutenberg, quien, al crear un equipo con tipos móviles para facilitar la publicación de textos, no imaginó que de sus manos surgía un dispositivo que resultaría esencial en el avance y la difusión del conocimiento por Europa y el mundo.
Pocos años después, en 1474, ya existía la imprenta en España. El primer libro impreso en castellano fue El Sinodal de Aguilafuente, salido de la imprenta del alemán Juan Párix, en Segovia, 1472, texto que recoge las actas del sínodo que la diócesis de Segovia celebró en el municipio de Aguilafuente en el mes de junio del mismo año. Sin embargo, no es hasta 1621, durante el reinado de Felipe IV, que surgen las primeras publicaciones periódicas de la metrópolis española, distribuidas con carácter trimestral.
Si luego de casi dos siglos de la invención de la imprenta, España no contaba con un medio de prensa para difundir informaciones locales y llegadas de otros países, no debe extrañarnos que Trinidad, una pequeña ciudad en el interior de la Cuba colonial, careciera de publicaciones periódicas hasta mucho después. La Habana lo tuvo desde 1764.
La llegada del año 1790 significó para Cuba un punto de partida definitivo en el desarrollo de la conciencia nacional. Muestra de ello resulta el establecimiento de la primera publicación cubana con un consecuente tratamiento de la realidad de la época: El Papel Periódico de La Habana, considerado el iniciador de la historia del periodismo en la Isla. Su aparición fue el resultado de ciertas aperturas en el modelo de gobernación y de la aplicación de nuevos mecanismos ideológicos de la metrópoli con respecto a la mayor de las Antillas. Era la época del llamado Despotismo Ilustrado, y su principal mentor, el gobernador don Luis de las Casas, bajo la influencia de las ideas francesas de la Ilustración, posibilitó el establecimiento de las primeras publicaciones en la capital.
Sin embargo, las diferencias socio-políticas del interior del país retrasaron el surgimiento del periodismo en otros territorios. En 1812 y 1813 aparecieron las primeras imprentas en Puerto Príncipe (Camagüey) y Matanzas, respectivamente. La situación económica de los principales talleres de provincia, en contraste con los habaneros, era siempre precaria. La imprenta de provincia resultaba inseparable del periódico y solo podía sostenerse económicamente en la medida en que el periódico la hiciera rentable, pero, como sentencia Fornet (2002), “no había rentabilidad más insegura que el periódico de provincia” (p. 25).
No fue hasta 1820, que en Trinidad salió a la luz el periódico Corbeta Vigilancia —más tarde El Correo—, impreso en el taller de don Cristóbal Murtra, que inició la historia del periodismo en la región central de Cuba. En ello influyó de manera notoria el contexto económico y social de Trinidad, que había sido por muchos años la capital de los llamados “Cuatro Lugares”, había vivido en ella el Gobernador de la región y su ubicación a solo tres kilómetros de la costa facilitaba las comunicaciones con La Habana.
El desarrollo periodístico de Trinidad contribuyó a la evolución de publicaciones que se convertían, cada vez más, en el reflejo de la situación económica, política, social y cultural de la zona, aunque con una visión permeada por las características de ese propio contexto colonial. Las publicaciones existentes se consolidaron, poco a poco, como órganos imprescindibles de la vida y la realidad de su entorno. No obstante, esta evolución se detuvo con el estallido de la Guerra de los Diez Años, cuando la censura se recrudeció y muchas de las ciudades cayeron en una recesión económica considerable. Ambos aspectos coadyuvaron al cierre de la mayoría de los periódicos y revistas existentes.
Entre 1820 y 1868 se halla el nacimiento definitivo del periodismo en una ciudad que contribuyó notoriamente a desarrollar la prensa en la historia de Cuba. Entre las publicaciones de la época en Trinidad —aparentemente traspapelada y casi olvidada en los archivos de la Biblioteca Nacional José Martí— yace la revista La Abeja, primera publicación de carácter literario de la que se tenga constancia en Trinidad, un intento de promover lo mejor de la intelectualidad de la ciudad en el año 1856.
La conservación de sus páginas dice mucho del empeño que se le puso a esta revista por fomentar una verdadera cultura literaria en la ciudad cuando ya el periódico El Correo, más que un notable prestigio en la zona, desde 1820 había sentado cátedra en el periodismo de la región central, siendo el primogénito. De hecho, la revista se imprimía en los propios talleres tipográficos de donde manaba este rotativo, en la época en que don Justo Germán Cantero era su propietario.
La tercera década del siglo XIX cubano ofrecía un escenario más desahogado para el impulso de la comunicación pública (mediática) en el interior del país. El desarrollo periodístico que ya mantenía La Habana en esta fecha, y la extensión paulatina que experimentaban los talleres tipográficos en varias regiones —con mayor incidencia en 1820, fecha de la segunda libertad de imprenta a causa del pronunciamiento liberal, en Cádiz, del general Rafael de Riego—, constituyen factores del contexto que enamorarían la novel intelectualidad trinitaria.
Una intelectualidad nacida, además, en Trinidad, cuando era el territorio más importante de la región central cubana por sus condiciones económicas, en cuyos contornos se movían grandes flujos de dinero por los negocios del puerto, el comercio y el contrabando de esclavos; pero sobre todo por el inmenso desarrollo de la industria azucarera[1]. En lo político, la ciudad había alcanzado la tenencia de Gobierno en 1797, con jurisdicción política y militar sobre todo el territorio central, y para 1816 ya era cabecera de la provincia homónima.
La fórmula, esplendor económico más prominencia política, no podía resultar en otro factor que no fuera en un cambio de la fisonomía clasista de la ciudad, donde no solo pululaban linajes de grandes posesiones monetarias, sino que había venido a establecerse una influyente clase media. Al decir de la investigadora trinitaria Bárbara Venegas, Trinidad en esos años llegó a ser una urbe marcadamente cosmopolita, debido al fuerte fenómeno de inmigración blanca que había provocado su despertar económico. Vinieron personas de otros parajes de América y del mundo, sobre todo de Europa, y propiciaron la existencia de una comunidad de artesanos y comerciantes.
Tales razones resultan idóneas para que esta investigación se proponga ahondar en las páginas de esta particular publicación periódica trinitaria, que marcó un cambio en la estética y las concepciones de la prensa local de la época. Cumplir con tal empresa implica emplear un modelo teórico que permita caracterizar de forma abarcadora a La Abeja.
En el mundo académico cubano existen muy pocos estudios que pueden considerarse indagaciones en torno a la historia del periodismo propiamente. En la mayoría de los casos se trata de estudios del mensaje mediático a partir de las herramientas de la teoría de los géneros periodísticos y/o del análisis del discurso.
Aparece una separación injustificada entre las investigaciones que han indagado acerca de la historia del periodismo o al tratamiento por géneros de temas específicos de la historia nacional, y el empleo del método histórico-lógico. Si se considera la necesidad de contrastar la realidad social con la actividad mediática no se concibe que se obvie la aplicación del citado método teórico. Como fuera demostrado por Machado y Rodríguez (2013), en la propia Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas existían hasta ese momento 35 investigaciones dedicadas a la historia de la prensa en las siete primeras graduaciones de la carrera de Periodismo, y solo cuatro tesis declararon el empleo de este método. Incluso muy pocas se basaron en el modelo del teórico español Manuel Martín Serrano, situación que poco ha cambiado de esa fecha hasta hoy, aunque estudios de la prensa en lugares como Quemado de Güines y de los autores de esta investigación, en Trinidad y Sancti Spíritus, constituyen acercamientos acertados a la conformación de una verdadera historia de la prensa en los lugares analizados.
Investigaciones sobre el periodismo en las primeras siete décadas del siglo XIX se pueden encontrar en las bibliotecas y archivos de todo el país. En la urbe trinitaria existen estudios que pretenden dejar constancia de las particularidades de la prensa en la ciudad. Estos se realizaron en el contexto de la Cuba republicana y en la época revolucionaria, como una creciente necesidad que ha tenido la sociedad moderna de escribir una historia de la prensa, en aras de comprender la génesis de un fenómeno que hoy es tan significativo en la dinámica socio-política. Se encuentran, hasta ahora, ponencias, monografías e, incluso, tesis de grado que afrontan temáticas como el inicio de la imprenta y su evolución por más de un siglo, la sistematización de las principales publicaciones y, en última instancia, el tratamiento periodístico como resultado de la historia de una institución aislada. Pero no integran todos estos contenidos: se enfocan en unos u otros, en dependencia de los intereses de sus autores, y el resultado se materializa en estudios que pueden resultar reduccionistas, pues no ofrecen una caracterización profunda de los medios analizados.
Por ello resulta pertinente la propuesta de esta investigación, sustentada en los presupuestos teóricos del español Manuel Martín Serrano, que incluye como postulado principal la interdependencia entre la transformación de la comunicación pública y el cambio de las sociedades en la que esta se desarrolla (plantea la existencia de un Sistema Comunicativo y un Sistema Social).
Como parte de ese Sistema Comunicativo que describe Serrano, están los medios de prensa, que en el siglo XIX tendrían como protagonista a las publicaciones impresas, tanto en el mundo como en Cuba, y que, en el caso de La Abeja de Trinidad, no ha recibido la atención que merece tan particular impreso de mediados del siglo XIX, pues a pesar de su corta duración, marcó un punto de giro en el reflejo de la cultura y la literatura en los impresos de la otrora villa.
Por ello, con el fin de profundizar en los rasgos que tipifican la Publicación Periódica La Abeja, el objetivo de esta investigación se centra en caracterizar la Publicación Periódica La Abeja a partir de su infraestructura, estructura y supraestructura.
REFERENTES CONCEPTUALES
A la hora de realizar una investigación que imbrique historia y prensa, los investigadores se han enfrentado a terrenos en extremo complejos, pues, de acuerdo con el investigador norteamericano Michael Shudson (1993) el campo científico de la historia de la prensa está tristemente desarrollado. Para quien pretende reconstruir el devenir de los medios de comunicación en un período determinado, no resulta fácil enfrentarse a la ausencia de elementos. Imaginemos al arqueólogo o paleontólogo que no tiene las pinzas, las brochas y los picos correctos para desenterrar huesos de millones de años de antigüedad. Así ocurre con la historia de la Comunicación, terreno caracterizado por la hibridación de varias perspectivas disciplinares que brindan herramientas teóricas para el análisis de sus procesos, pero que, al no existir una Comunicología como ciencia, caen en numerosos vacíos epistemológicos que dificultan los estudios en esta área.
Shudson (1993), en el ensayo Enfoques históricos a los estudios de la comunicación, dejó claro el estado en que se encuentra la metodología para las investigaciones históricas cuando la catalogó de subdesarrollada y sentenció que la razón radica en el hecho de que los Medios de Difusión Masivos (MDM) son, en una amplia medida y tal como indica su nombre, más los trasmisores que los creadores de las causas y los efectos. De estos, por lo general, se ocupan los historiadores.
Entre los obstáculos encontrados figura la juventud del propio campo, que propicia un desentendimiento entre especialistas, lo que para la investigadora mexicana Celia del Palacio Montiel —en su ensayo Historiar la prensa, nuevos acercamientos a un viejo tema— resulta una marginalización de los estudios y provoca una disminución de importancia a la hora de tenerlos en cuenta por los científicos. Estas son: “de la investigación científica, de las ciencias sociales frente a las ciencias “duras” y de las investigaciones en comunicación entre las ciencias sociales” (Del Palacio, 1998, citado por Orozco, 2000, p. 185).
Las principales críticas hacia muchos investigadores recaen en el hecho de estudiar el proceso de la comunicación desde puntos de vista reduccionistas en el que priorizan de forma arbitraria elementos que consideran como los únicos de importancia según su especialidad o postura investigativa, como es el caso de sociólogos, psicólogos, historicistas o funcionalistas. Esto impide ver el fenómeno desde un prisma general que permita analizar, cabalmente, cada nivel en el complejo proceso de la comunicación y su desarrollo en determinada sociedad.
Quizás, fue el norteamericano Michael Shudson (1993) quien hizo uno de los mayores aportes en los últimos años. Este autor señaló tres vertientes fundamentales en los caminos de la investigación histórica en comunicación: la macrohistoria, la historia de las instituciones y la historia propiamente dicha.
Hasta el momento, el tercer enfoque es el que resulta revelador. A pesar de ser, a su juicio, el menos utilizado en los estudios sobre la comunicación, aquí Shudson (1993) consideró la relación de los medios de comunicación con la historia cultural, política, económica o social e indagó en el modo en que los cambios en la comunicación influencian y se ven influidos por el cambio social. Aquí no solo se estudia lo que nos dice el medio de comunicación acerca de la realidad circundante —la naturaleza humana, el progreso, la modernización—, sino que la historia propiamente dicha trata de lo que la sociedad y la comunicación reflejan de cada una.
La relación bipolar que este investigador estableció entre los medios de comunicación y los cambios de la experiencia humana fue su principal contribución, en tanto se acercó a las relaciones que existen entre los procesos comunicativos y el propio sistema social donde se desarrolla, como fundamento para entender el devenir histórico del primero de ellos.
La escasez de propuestas teóricas para el estudio de la prensa que contengan cada una de las aristas que integran el funcionamiento de un sistema de comunicación en la actualidad, y que sirven como base para la historiografía de procesos comunicativos de antaño, hacen que la propuesta de una Teoría Social de la Comunicación del investigador español Manuel Martín Serrano (2009) constituya un aporte significativo. Esta tiene como axioma fundamental la presencia de una relación de interdependencia entre la transformación de la Comunicación Pública y el cambio de las sociedades.
Para explicar esto, plantea la existencia de un Sistema Social (SS) y un Sistema de Comunicación Pública (SC). Este último lo conceptualiza como: “forma social de comunicación en la cual la información se produce y distribuye, por el recurso a un Sistema de Comunicación especializado en el manejo de la información que concierne a la comunidad como conjunto” (Martín Serrano, 2009, p. 89).
Martín Serrano acepta la relación entre SS y SC como una interdependencia entre dos sistemas homólogos y autónomos que necesitan una conceptualización diferenciada, a pesar de admitir la equifinalidad de ambos, elemento que ha confundido a quienes igualan esa equifinalidad con la carencia de objetivos propios encomendados a cada sistema. Serrano considera que los dos sistemas tienen por objetivo histórico asegurar la perpetuación o reproducción de la comunidad.
El estudio de las interconexiones entre los niveles de los Sistemas Social y Comunicativo ofrece una arista más de análisis que favorece de manera apreciable una perspectiva de estudio integradora a las investigaciones de la historia de la comunicación. Esto permite una comprensión más abarcadora del papel de los sistemas comunicativos en la evolución de las sociedades en que se desarrollaron.
Los niveles que conforman el SC y el SS que plantea Martín Serrano parten, fundamentalmente, de una concepción marxista de la sociedad capitalista y quedan desglosados a partir de la composición material, las bases organizativas y los elementos abstractos como la ideología o la cultura, que no es más que la infraestructura, la estructura y la supraestructura. Sin embargo, añade que la organización y el uso de los Sistemas de Comunicación tendrían que explicarse por leyes estructurales y funcionales propias, distintas de las que explicaron la configuración y el cambio del Sistema Social.
Con esta aclaración, el investigador salda la deuda de estudios anteriores que ignoraron la existencia de los diferentes niveles del Sistema Comunicativo en equivalencia con el Sistema Social donde se desarrolla, lo que llevó a enfoques reduccionistas, deterministas o ambas cosas.
Precisamente, aquí radica uno de los aportes más significativos y completos de Manuel Martín Serrano, quien reconoce una equivalencia entre los tres niveles que conforman los sistemas Social y Comunicativo. Para el Sistema Social, la infraestructura está constituida por los recursos y equipamientos empleados en la reproducción social —dígase materias primas, herramientas—, la estructura se expresa en las organizaciones para la producción y reproducción de la sociedad, y la supraestructura esgrime normas —jurídicas, morales etc.— valores regentes de la sociedad: las ideas (científicas, estéticas, políticas) y creencias (dogmas religiosos, prejuicios) que se manifiestan mediante sus dinámicas sociopolíticas y culturales.
Martín Serrano define además los niveles del Sistema Comunicativo. La infraestructura se refiere a las relaciones entre las bases materiales que posibilitan la comunicación y atiende el efecto de los avances tecnológicos para señalar de qué manera afectan el producto comunicativo, a los productores de la comunicación, y a los consumidores: o sea, los medios de producción, difusión y recepción de información —imprentas, emisoras de radio, televisores, teléfonos inteligentes o las vías de comunicación que permiten el acceso a Internet.
La estructura tiende a equilibrar las relaciones de poder inherentes al uso de la comunicación y revela quiénes son los verdaderos propietarios de la infraestructura comunicativa y su posición con respecto a los trabajadores de los medios. Se expresa en las organizaciones mediadoras (empresas periodísticas).
La supraestructura, igual que en el (SS), se basa en normas —jurídicas, morales, entre otras— y valores regentes de la sociedad: las ideas —científicas, estéticas, políticas— y creencias —dogmas religiosos, prejuicios— que se expresan en la visión que proponen los Medios de Difusión Masivos de lo que sucede a partir de la selección de los aconteceres y los valores de referencia a los que se hace mención en los relatos. Se establece una estrecha relación entre la selección de dichos aconteceres que constituirán noticia y la visión que de estos se ofrece, a partir de un grupo determinado de valores de referencia que median en el momento de opinar, de establecer la crítica.
El teórico español reconoce la interacción entre estos, tanto del Sistema Comunicativo como del Sistema Social, de manera que las transformaciones de ambos pueden llevar a cambios en el otro. Ello puede ocurrir en dos modalidades: entre niveles equivalentes y no equivalentes. Después de este análisis, se entendió que la Teoría Social de la Comunicación propuesta por el Martín Serrano resulta la adecuada para realizar un verdadero estudio histórico de la prensa.
Como se ha mencionado, los MDM forman parte imprescindible del SC. El presente estudio tiene como propósito investigar a la revista La Abeja, surgida en 1986, período en el que solo existían las publicaciones periódicas impresas.
El término o categoría Publicación Periódica o Publicación Seriada, a pesar del uso constante que se le da en investigaciones científicas sobre medios de prensa, no se encuentra conceptualizado con regularidad. Por lo general, quienes investigan elementos de un periódico o revista, y direccionan su estudio a los contenidos en general o el tratamiento en específico de un determinado fenómeno social, mencionan a las Publicaciones Periódicas, pero sin un acercamiento teórico previo a esa categoría. Sin embargo, algunos sí determinan elementos que tipifican sus características generales, o asumen conceptos, como García (2014) y Pérez (2012)[2].
Durante el siglo XIX, el formato de las Publicaciones Periódicas en Cuba solo era el impreso. Luego de este bosquejo epistemológico, se definirá a la Publicación Periódica, de acuerdo a las características e intereses de este estudio, como: Publicación impresa sucesiva de aparición periódica, ya sea fija o variable, con intervalos superiores a un día, especializada en el manejo, la producción y distribución de la información con el objetivo de la reproducción de la comunidad. Pueden ser revistas, periódicos o boletines, con características mediadas por una relación interdependiente con el Sistema Social en el que se desarrollan, en sus tres niveles compositivos (infraestructura, estructura y supraestructura).
METODOLOGÍA EMPLEADA
La presente investigación se realizó desde una perspectiva cualitativa y una tipología descriptiva. Para su realización se emplearon métodos y técnicas que posibilitaron analizar la relación entre los distintos fenómenos y datos referenciales encontrados para aplicarlos al objeto de estudio.
Del orden teórico se emplearon varios métodos, con énfasis en el histórico-lógico, que permitió el contraste entre el contexto social, el periodismo regional y el periodismo nacional, para determinar características infraestructurales de la imprenta empleada en la publicación periódica La Abeja de Trinidad en el año de su circulación.
Del orden empírico, la investigación documental o bibliográfica permitió la consulta de una muestra de las publicaciones del período, además de documentos, libros e investigaciones, con el objetivo de ahondar en las características de la publicación impresa La Abeja, a partir de las peculiaridades de la infraestructura, la estructura y la supraestructura. Como técnica la entrevista semiestructurada a una investigadora de la prensa y la historia en Trinidad, para conocer elementos complementarios a las fuentes bibliográficas.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
En la década de los 50 la Trinidad que respiraba café y melaza de caña mostraba los logros económicos que había alcanzado a lo largo de las décadas anteriores. La ciudad estaba mucho mejor desarrollada desde una experiencia intelectual gracias a que había encontrado en el periódico El Correo un centro de gestación. En la “Imprenta del Correo”, la más importante en esa fecha en la ciudad —había al menos dos talleres más— ocurrió un hecho significativo con la muerte de su propietario fundador, don Cristóbal Murtra. Sus hijos, en varios intentos por evitar la quiebra del negocio, vieron como única salida venderlo al sacarócrata don Justo Germán Cantero, suerte de mecenas de la cultura trinitaria con el cual continuó estableciéndose el desarrollo intelectual de la ciudad y lograron ver la luz otras publicaciones.
Además, la década de los 50 fue precisamente la época del auge literario en la Isla, cuando ya el romanticismo tenía expresiones autóctonas en Cuba y el Despotismo Ilustrado había creado toda una clase poderosa de intelectuales. Por esas fechas se inauguraron revistas literarias en La Habana, tales como: El Almendares (1856), La revista de La Habana (1853), La Guirnalda Cubana y No me olvides (1854), Brisas de Cuba, El Triple y El Semanario Cubano, ésta última en Santiago de Cuba (1855). No podemos olvidar tampoco la importancia e influencia que tuvo la Revista Bimestre Cubana, redactada por los integrantes de la Sociedad Patriótica de La Habana.
El surgimiento de La Abeja estuvo destinado a legitimar una verdadera producción intelectual en la región y fue quizás la expresión más importante de ese florecimiento. Sin embargo, como parte del fenómeno que constituían las revistas literarias de esta etapa en Cuba, la de Trinidad corrió la misma suerte de fracasar por poca recepción y falta de recursos, que no menguó su calidad, pues «sólo su limitada existencia frustró sus propósitos futuros, pero no el valor que la publicación tiene por lo que representa» (Marcelo, 1982, p. 77).
Lo primero que se necesita para comprender la historia de un medio de comunicación es saber cuál era la infraestructura que permitía su existencia. La Abeja resultó todo un acontecimiento al salir quincenalmente, en formato libro con dos columnas de texto, lo cual confirma su procedencia artesanal, del tipo de tecnología que no conocía todavía las bondades de la prensa mecánica, mucho menos de las máquinas de vapor que ya abundaban en la capital del país.
Para llegar a esta conclusión, se necesitó recurrir a la evolución del diseño y formato de los periódicos de la época, pues no se encontraron indicios concretos de la fisonomía tecnológica de esa imprenta como sí ha ocurrido en etapas posteriores, donde existe no solo el dato, sino las máquinas completamente conservadas.
Se sabe que, al menos anterior a 1868, no hubo en esta zona del centro sur cubano un traspaso hacia la imprenta mecánica. Amén de la evolución en el diseño y calidad visual que experimentaron los periódicos a lo largo de más de cuatro décadas de circulación, nunca se evidenció un cambio significativo en comparación con lo establecido por las producciones de los modernos talleres de la capital: extensiones de formato sábana con tiradas milenarias. Si analizamos el ejemplar de El Correo conservado en el Archivo Municipal de Trinidad, fechado el 17 de marzo de 1861, con un formato de 52 x 37 cm a 5 columnas, nos percatamos de que, en efecto, la tecnología de imprenta trinitaria invirtió en adelantos tecnológicos. Sin embargo, Noticioso y Lucero, en 1832 —un año antes que este mismo periódico anunciara la compra de la primera prensa mecánica de Cuba— mantenía características muy parecidas.
En cuanto a sus hacedores, hay que decir que, a diferencia de El Correo y otros periódicos precedentes, donde el director del taller tipográfico solía ser el propio dirigente del papel —lo típico de los talleres tipográficos allende La Habana—, La Abeja funcionó diferente. La figura de sus directores sí mantenía un rol esencial, en tanto eran quienes tenían la propiedad legal de la publicación y velaban por las cuestiones editoriales. Sus directores, también redactores, fueron Andrés Sánchez y José A. Cortés.
La creación, no obstante, se convendría a través de colaboraciones externas completadas con redactores no solo trinitarios, sino santiagueros, bayameses, camagüeyanos, matanceros y habaneros. Se pueden encontrar composiciones poéticas de Francisco Baral, José Cayetano Garzón, Úrsula Céspedes, José Antonio Cortés, Andrés Sánchez, José Fornaris, Rafael García Copley, Adelaida del Mármol, Joaquín Lorenzo Luaces, Luisa Pérez Montes de Oca, Néstor Martínez Guía y Juan Cristóbal Nápoles (El Cucalambé); así como artículos de crítica y costumbres de los trinitarios Fernando Echemendía (bajo el seudónimo de Federico de Hanneman) y Manuel Hernández Echerri. También existen firmas como la de Francisco de Castro y Barceló y el sacerdote Wenceslao Callejas, y de otros cuyos referentes solo llegan hasta hoy a través de sus seudónimos: Felicia, Filatetes, Filósofo Cristiano.
La Abeja tuvo una frecuencia de circulación quincenal durante el único año de existencia. Aunque varias veces sus propósitos se vieron frustrados por falta de suscriptores, que ocasionaba problemas en la obtención de ganancias. Tuvo ausencia después del 1 de febrero hasta el 1 de marzo, y de este día hasta el 1 de abril. Desde el 1 de julio salió mensualmente hasta su cierre definitivo el 1 de noviembre de 1856. La causa principal de su cierre se debió en gran medida a la falta de recursos económicos pues, como decíamos anteriormente, era poca la suscripción de lectores, a diferencia de El Correo, que podía costearse su impresión acudiendo a vías alternativas: anuncios de pequeños negocios y avisos de compraventa de esclavos.
Además, el proceso de impresión-distribución de ese periódico estuvo marcado en un primer momento por la peculiaridad de que para adquirir la publicación había que acudir al local donde radicaba la imprenta. De esta manera, el taller llegó a convertirse en librería, donde incluso se vendía la prensa de la península, libros y folletos, y se realizaba la suscripción de todas las publicaciones. Pero incluso desde antes los periodistas de entonces veían con preocupación la cuestión de la suscripción a su periódico y solían atacar con vehemencia la «mala costumbre del préstamo», hábito de adquirir los ejemplares sin abonar un pago.
Esta recurrente costumbre hacía que muchos más trinitarios de los que pagaban tuvieran acceso al impreso y no tuvieran interés en suscribirse. Según se lee en un artículo publicado en El Correo (1841) con fecha del 3 de enero: «Pedirlo prestado, es un recurso que conspira a su ruina; y haciéndolo quienes pudieran suscribirse sin gravar sus intereses, es mirar con suma indiferencia el engrandecimiento y la civilización del país en que se vive».
La revista La Abeja es un medio de prensa gravemente marcado por este fenómeno. En sus páginas, dedicadas en lo fundamental a la difusión de la literatura, no encontramos los anuncios, uno de los mecanismos indispensables de sustento. Dependía en su totalidad de la cantidad de suscriptores que asegurara la rentabilidad y aunque mantenía más de 120 en Trinidad —cuya relación está expuesta al final de su último ejemplar— y otros tantos en La Habana, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba, nunca llegó a una cantidad considerable en relación con las necesidades materiales que pudiera asegurarle su mantenimiento en público.
Uno de los colaboradores de la revista, Wenceslao Callejas, publicó el 15 de enero de 1856 un artículo llamado «Trabajar la abeja para chupar los zánganos», dedicado a persuadir al público sobre la necesidad de contribuir al periodismo mediante la suscripción. Sobre prestar el periódico dijo:
Es la verdad una costumbre pésima, ajena de la ilustración de este pueblo culto, y perjudicialísima a las empresas periodísticas que por un impulso de patriotismo quieren difundir las luces y conocimientos humanos, arruinarlas en su nacimiento en vez de protegerlas, con ese egoísmo que llaman indebidamente economía, pues no contribuyendo con la módica suma que cuesta en la Isla una suscripción, la debilitan (…).
Ahora bien, ¿cuáles eran sus públicos potenciales y temas principales? ¿Qué carácter los definía? ¿Cuáles valores de referencia influían en los discursos de sus redactores? ¿Cómo funcionaban los géneros periodísticos de entonces? El 1 de marzo de 1856, su primer número, La Abeja fue anunciada como «la primera de su clase que se publica en esta ciudad».
Este medio de prensa fue pródigo en la difusión de la literatura más revolucionaria de la época. En sus páginas aparecieron obras románticas, como el poema «La ausencia de vida», de Domingo del Monte, y de nativistas como José Fornaris y Juan Cristóbal Nápoles (El Cucalambé).
De uno de los directores de la revista, José A. Cortés, era la sección «Flores Trinitarias», dedicada a la difusión de poesía sobre la belleza de las mujeres de la zona. Existía, no obstante, una fuerte tendencia a hacer composiciones religiosas. Y no solo en la poesía tiene cabida la religión, pues de la firma del sacerdote Wenceslao Callejas (1856) vieron la luz artículos sobre el papel del cristianismo en la sociedad de su momento. Con un matiz similar, pero dedicado a la reflexión, se publicó una serie titulada Educación, sobre las características de este fenómeno en la sociedad trinitaria y cubana en general.
La revista La Abeja constituyó la muestra más palpable de un intento de progreso científico e intelectual en Trinidad, pues fueron constantes sus esfuerzos por incluir temáticas que contribuyeran al fomento de una cultura general: educación, crítica de arte y literatura, filosofía religiosa e, incluso, temáticas históricas y socioculturales.
Por otra parte, la literatura se encauza al entretenimiento. En Trinidad, no se podía hablar de un sector intelectual demasiado amplio, más allá de los pocos exponentes criollos ya mencionados, algunos de alta sociedad y pertenecientes al clero. La poesía y las novelas de folletín buscaban la atención de los sectores más ociosos, para lo que en aquel momento eran consideradas las mujeres, trabajadoras dentro del hogar que tenían tiempo para estos fines.
Este es otro de los factores que determinan el fracaso de la revista La Abeja: la falta de un público con verdaderas intenciones de instruirse. Cuando en el cuarto número inauguraron la sección «Flores Trinitarias», dedicadas a las mujeres de alta sociedad con poemas que resaltaban su belleza, su elegancia, etc., buscaban conquistar este importantísimo sector de clase para el mantenimiento de la revista, en tanto tenían el recurso para pagarla. Por tanto, podemos concluir hasta aquí que el público al cual estaba dirigida esta publicación era el de clase media y alta, en menor medida esta última.
En Trinidad, los problemas con los mecanismos censores políticos aparecieron con preferencia en los primeros años de circulación del periódico El Correo, cuando sus contenidos mostraban un periodismo meramente de opinión. En el ejemplar de 1823, reproducido en el libro de Llaverías (1957), apareció un artículo de crítica con serios cuestionamientos a ciertas maneras de actuar del Ayuntamiento.
Este tipo de controversias no era del agrado de los funcionarios políticos de la ciudad, aún poco acostumbrados a la irrupción de este medio de comunicación, en tiempos en los que se habían identificado en Trinidad varias acciones anticolonialistas. Ejemplo de ello fue, en 1822, cuando apareció escrito, al pie de la iglesia de Paula, un pasquín con serias declaraciones independentistas que decía: “Biba [sic] la independencia por la razón o la fverza [sic] señor ayuntamiento [sic] de Trinidad. Yndependencia [sic] o muerte” (Venegas y Bello, 2008, p. 84). El acta capitular del 18 de mayo de 1823 muestra cómo Murtra fue intimidado por las autoridades «por incluir en su periódico frases irónicas en contra del Ayuntamiento, por lo cual es recomendable que sea requerido».
A partir de este momento, El Correo comenzó a salir con la inscripción: «Con superior permiso». Así, Murtra pretendía pactar su legitimidad con las instancias superiores y demostrar la legalidad de su publicación. Sobre los mecanismos de censura periodística en Trinidad, se puede leer en Llaverías (1957) un comunicado del Gobierno de provincia respecto a la aprobación de la solicitud de publicación del periódico, fechada 26 de enero de 1824, donde se hacía explícita la necesidad de un censor:
Me parece puede concedérsele la petición a don Cristóbal Murtra e hijos, la licencia que solicitan para publicar el periódico a que se contrahe [sic] su representación el 19 de diciembre último; pero con la prevención de que antes de darlo a luz haya de obtener lo que haya de publicarse la aprobación de un censor que deberá nombrar V.E., previos los informes que tenga a bien tomar, respecto a que ha de tener las cualidades que las mismas Leyes prescriben para desempeñar estos oficios a quienes igualmente que al editor del periódico […] he nombrado para censor de esa ciudad a D José María Mendoza.
Por esta razón, no se encontraron evidencias a lo largo del período de estudio ningún otro enfrentamiento del taller de Murtra contra los mecanismos censores de Trinidad. Presumiblemente, esta haya sido una de las razones de la gran longevidad de El Correo y, para la década de los 50, de que La Abeja pudiera salir de este mismo taller con el visto bueno de las autoridades, sobre todo por su propuesta temática.
La Iglesia, por otra parte, que en ciudades como La Habana jugaban un papel censor importante, al interior de Cuba contaba con mejores afiliaciones. En Trinidad, raramente se pueden constatar ejemplos de cuestionamientos o enfrentamientos entre el discurso de sus publicaciones periódicas y la moral cristiana. La Abeja no fue la excepción.
Destinados a difundir trabajos de profundidad, los colaboradores de esta revista se regodeaban en análisis más exhaustivos acerca de la moral regente en la época, y la necesidad del mantenimiento del status partiendo de instituciones como la Iglesia y la familia. Mucha de la poesía publicada en esta revista era de corte religioso, donde sobresale «Orgullo de hombre», la historia de un señor que desafió la grandeza de Dios y fue castigado. Para ello hacían sobresalir el estilo de opinión en la redacción de los textos. Hay que recordar que el estilo periodístico de la primera mitad del siglo XIX —el cual primó a lo largo de casi toda la centuria— no conocía la noticia tal cual se concibe hoy.
Eran usuales, para las temáticas políticas y científicas, los artículos. La parte cultural ocupaba la mayor diversidad genérica. A pesar de la publicación de poemas y novelas de folletín, los temas meramente literarios de carácter más profundo se llevaban a cabo mediante la crítica, como es el caso del estudio que ofrece Andrés Sánchez acerca del poeta don Antonio Vinageras.
El costumbrismo se estableció en La Abeja como un recurso eficaz para el retrato de la sociedad de su momento. Además de los ejemplos ya especificados, otros autores también se interesaban por describir la realidad circundante, típica de la sociedad trinitaria decimonónica antes de la Guerra de los Diez Años. El 1 de febrero de 1856 La Abeja proporcionó un artículo titulado «La Noche», firmado por Felicia, que describía las costumbres nocturnas de los cubanos, y hacía una diferenciación crítica entre las fiestas de ricos y pobres.
Se puede concluir que en Trinidad se contó con un importante medio de prensa en el año 1856 además del archiconocido periódico El Correo. La Abeja, primera revista literaria de la ciudad, aun con un solo año de circulación, supo dejar la huella de ser el primer gran acierto intelectual trinitario.
En sus páginas se encuentran, ante todo, una confección de acabado exquisito, típico de las impresiones tipográficas artesanales. Pero, además, se ven el retrato de una época resultado de una naciente intelectualidad en la villa, que no por los avatares económicos fue menos ávida de reflejar su contexto, de discurrir en el pensamiento y el contexto del momento que les tocó vivir.
CONCLUSIONES
La infraestructura del taller de imprenta de La Abeja está determinada por el formato libro, con número de dos columnas, que corresponde a la etapa artesanal con maquinarias pequeñas —no se evidencia el cambio de imprenta artesanal o manual a la industrial o mecánica—. Los mecanismos de distribución son la venta de los ejemplares en el taller y la distribución a partir de suscriptores.
En la estructura de la publicación periódica La Abeja, existían dos directores. La forma de obtención de los textos era con redactores propios y colaboradores espontáneos, todos de clase media o alta, con buena instrucción bajo mecanismos de censura política y eclesiástica, aunque en menor medida esta última. La frecuencia de circulación fue quincenal y la estructura jerárquica en el taller estaba determinada por el director como propietario de la publicación, y encargado de velar por los procesos editoriales, a la vez que redactaba y dirigía al resto de los redactores o colaboradores. Los mecanismos de sustento económico eran la venta de números sueltos en el taller y los suscriptores.
En cuanto a la supraestructura, tanto los públicos como los propietarios pertenecían a las clases media y alta, y los temas de la publicación eran culturales y literarios, mediante los cuales se propugnaban valores en correspondencia con la sociedad colonial. Los principales géneros empleados fueron los artículos sobre temas de cultura, la moral, el cristianismo y la sociedad local, además de poemas y novelas de folletín.
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[1] De los emporios azucareros existentes en Trinidad, en 1827 el ingenio Guáimaro, propiedad de don Mariano Borrell, llegó a alcanzar la cifra de producción más alta del mundo en ese momento «en la que fue su mayor zafra, 82 000 @ de azúcar mascabada y prensada» (Angelbello y Venegas, 2008, p. 72).
[2] Publicaciones que han sido editadas en fascículos sucesivos numerados, de aparición periódica, sea fija o variable, con intervalos superiores a un día, y que comprenden diversos temas. Se constituyen como una de las fuentes de información de mayor importancia debido a su constante actualización y por la frecuencia de su aparición. Son bastante útiles y se caracterizan por ser económicas, fáciles de conseguir, y porque se pueden producir múltiples copias (García, 2014, p. 23).
- Un recurso continuo publicado en cualquier medio en una sucesión de partes distintas, que lleva normalmente una designación numérica o cronológica y no tiene fin previsto. Ejemplos de publicaciones seriadas incluyen diarios, revistas, diarios electrónicos, directorios, informes anuales, periódicos, hojas informativas de un acontecimiento y series monográficas. Uniéndolos, publicaciones seriadas y recursos integrantes constituyen el concepto de Recurso continuo, que significa un recurso bibliográfico publicado a lo largo del tiempo sin fin predeterminado (Pérez, 2012, p. 34).
- Cualquier publicación impresa en soporte papel o electrónico que se proponga salir indefinidamente, con un mismo título, en partes sucesivas cada una de las cuales lleva ordenación numérica o cronológica, independientemente de su denominación (revista, boletín u otras), su periodicidad y demás características (Pérez, 2012, p. 35).