ENSAYO
Fecha de presentación: 10-5-2021 Fecha de aceptación: 16-6-2021 Fecha de publicación: 9-07-2021
SOBRE LA TRADUCCIÓN LITERARIA
ON THE LITERARY TRANSLATION
Edelmis Anoceto Vega
Santa Clara, Cuba, 1968. Poeta, narrador, ensayista y traductor literario. Licenciado en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad de La Habana en 1994. Miembro de la Uneac. Correo: anocetovega@cenit.cult.cu. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0003-0958-7488
____________________________________________________________________________
¿Cómo citar este artículo?
Anoceto Vega, E. (Julio-octubre, 2021). Sobre la traducción literaria. Pedagogía y Sociedad, 24 (61), 12-17. Recuperado de http://revistas.uniss.edu.cu/index.php/pedagogia-y-sociedad/article/view/1337
____________________________________________________________________________
¿Qué estamos implicando cuando decimos traducción literaria? Estamos implicando evidentemente dos nociones: la literatura y las lenguas. Podemos concluir que si existe algo conocido como traducción literaria, debe existir primariamente algo de carácter traducible cuyo nombre es literatura; simplemente textos literarios que son susceptibles de ser llevados a otra lengua. El planteamiento parece obvio a priori, pero, al menos para mí, no deja de contener una síntesis de conceptos como son: autor, texto y lector origen, y traductor, texto y lector meta.
En cuanto a la traducción de poesía, se impone decir que la esencia de lo poético yace en la pluralidad y ambigüedad de sentidos, y en ese respecto se justifica la intraducibilidad en ese género, pues mediante la traducción se activa únicamente uno de los posibles sentidos de las palabras y frases. Esta idea de ver el proceso como una especie de filtro depurador de sentidos, justifica el instinto tradicional, y errado, de orientar la traducción a la búsqueda de una equivalencia exacta al texto original.
Para que el fenómeno sea interpretado en su generalidad, la traducción debe ser enfocada como un arte que excede lo lingüístico, pues se trata de una traslación intercultural. De esa manera, las diferencias en los fines perseguidos por el autor y el traductor no son solo idiomáticas sino, además, contextuales. El traductor de poesía es consciente de que ejerce una tarea de manipulación de un texto original, una recreación, versión a la que puede denominarse metapoema —o poema inspirado en el poema—, en alguna medida equivalente al original; el poeta, por su parte, está consciente de que su ejercicio es mera creación, producto de su imaginación, emoción y experiencia, con frecuencia exento de requerimientos ajenos a su impulso creativo. El texto meta no puede en ningún caso ser tan libre que logre una total independencia del texto origen; y se hace obvio que nunca podrá ser absolutamente fiel al original, dadas las diferencias entre los idiomas. Puede ser paralelo en determinados planos del lenguaje, pero no en todos.
Es en ese proceso de manipulación que el traductor debe plantearse qué tipo de texto ha de producir, en dependencia de sus propios objetivos, las exigencias editoriales, el contexto cultural del lector meta, etcétera, sin dejar de estar sujeto a un marco de acción preestablecido por el autor del texto original. Sin profesar teoría alguna al respecto, bien lo dijo Eliseo Diego, un maestro cubano de la traducción: «[…] cada tiempo requiere sus propias traducciones porque cada tiempo tiene sus propios prejuicios literarios». Necesariamente, aun cuando se pretenda una traslación literal —a costa de la valía artística del texto—, el traductor se ve obligado a emplear técnicas como la adaptación, las equivalencias, las transposiciones y las inversiones.
La traducción de un poema no se reduce, como sugería antes, a una operación en el plano lingüístico: implica además los ámbitos histórico-culturales del autor, el traductor y el lector a que va dirigida. Por lo tanto, los problemas que pueden presentarse durante esa operación —artística, creativa y técnica— son de diferentes índoles. Cuando traduje la poesía de Shelley, la aliteración, que era un recurso poético en el original, hubiera parecido un defecto o un descuido en mi versión. Decidí acudir a otro menos arcaico, como la rima interna, para no perder el énfasis en la sonoridad de los versos, algo ineludible en el caso del romántico inglés. Cuando traduje a los beat, Ginsberg y compañía, para una antología preparada por Margaret Randall, el problema fundamental fue el uso de jergas habladas, principalmente en Nueva York y San Francisco, a mediados del siglo pasado. Resulta casi imposible traducir jergas, puesto que difícilmente se hallan equivalentes en la lengua meta y, por otro lado, muchas de las voces y frases pertenecientes a estas entran rápidamente en desuso. Cuando no fue posible una traducción literal, la solución que adoptamos, Margaret y yo, fue informar en nota al pie.
Nunca podrá lograrse un calco de un poema, su copia exacta; de eso se encargan las múltiples diferencias que existen entre las lenguas; por suerte, ya que, gracias a estas, los traductores nos ganamos el sustento. La traducción es un ejercicio subjetivo, no uno objetivo, mucho más cuando se trata de poesía. No consiste en verter ―como suele pensarse― de un recipiente a otro. Lo que distingue lo poético es la diversidad de sentidos, la ambigüedad. El mejor traductor sería el que logre activar los mismos sentidos, efectos, sugerencias que presenta el original; pero, por desgracia, casi siempre le es dado funcionar como ese filtro depurador, el cual vierte únicamente uno de los posibles sentidos de las palabras y frases. ¿Fidelidad? ¿Autonomía? Ningún poema puede ser tan libremente traducido que pierda de vista el original, ni tan perfectamente fiel que lo repita invariable. Lo que nunca puede extraviar el traductor es «de qué va el poema», aquello que lo distingue, su elementalidad, sin lo cual dejaría de ser ese poema. De manera que el traductor debe hacer un uso racional de su libertad, nunca desecharla; de hecho, muchas de las mejores traducciones de poemas que conocemos se deben a la originalidad de sus traductores, no a su escrupuloso apego al original. Con lo primero se logra que la versión resultante no suene a una traducción; con lo segundo, no.
Existe una tendencia a ver la traducción de poesía como inservible. ¿De qué sirve traducir un poema si solo podemos ofrecer una versión personal, en mayor o menor grado ajena a la del autor? La pregunta solo tendría pleno sentido si todos los lectores fueran políglotas y tuvieran la posibilidad de leer originales. La poesía es el género más difícil de traducir porque un poema tiene muchas más interpretaciones que una novela. La anécdota de Madame Bovary puede contarse de muchas formas, con otras palabras, sin que deje de ser, más o menos, la misma anécdota, y esa es lo que a la larga importa, es lo que nos viene a la mente cuando pensamos en la novela ―no soslayo la extraordinaria calidad de la prosa de Flaubert. Por el contrario, un poema es lenguaje puro: los versos con sus medidas y cesuras, las estrofas con sus pausas, el ritmo, las relaciones entre las imágenes, los sentidos que estas revelan… El poema es, en definitiva, sus palabras, esas y no otras. Pero esas palabras en específico constituyen un todo que irriga múltiples interpretaciones, de ahí los muchos dolores de cabeza que padecemos los traductores del género.
Algo que he recalcado en muchas ocasiones, en público y por escrito, es que sin intención de oponerme a la autonomía de las instituciones ni de discrepar de la voluntad de quienes las dirigen, siento gran preocupación por el hecho de que las editoriales no crean espacios suficientes para publicar a traductores cubanos; que la Editorial Arte y Literatura no cree una colección para ello; que los espacios existentes se deban más a iniciativas individuales que a una política; que solo exista un concurso de traducción en el país; que no se otorgue un Premio Nacional de Traducción. Es muy alentador que editoriales «de provincia» y revistas como Amnios se hayan interesado siempre por publicar traducciones. Hay que tener en cuenta que, evidentemente, el traductor no necesita traducir para sí; emprende esa labor como un servicio al lector monolingüe y como ese ejercicio intelectivo que no tiene comparación: decir en su lengua hoy lo que otro poeta dijo en la suya en otro tiempo. El traductor, como cualquier otro creador, necesita un espacio.
Breve currículo del autor:
Ha
publicado los cuadernos de poesía *Cantos del bajo delta* (Sed de Belleza,
1998); *Imago
Mundi* (Premio El Girasol Sediento 2001, Mecenas, 2002); *Mortgana *(Premio
Calendario 2000, Abril 2002); *La cólera de Aquiles* (Premio Fundación de la
Ciudad de Santa Clara 2004, Editorial Capiro, 2005), *La cosecha y el incendio*
(Premio Manuel Navarro Luna 2005, Ediciones Orto, 2006), *Desertor del cielo*
(Premio Hermanos Loynaz 2007, Ediciones Loynaz, 2008), *El sueño eterno*
(Premio Fundación de la Ciudad de Holguín 2007, Ediciones Holguín
2008), *Agujero negro* (Editorial Oriente, 2012), *Libro de buen dolor* (Letras
Cubanas, 2013) y *Anestesia *(Capiro, 2017).Tiene publicados además el libro de
crítica sobre poesía *Predios y liras* (Editorial Capiro, 2010), la colección
de ensayos *Nido de aves cantoras. Acercamientos a la poesía en lengua inglesa
*(Premio Milanés 2012, Ediciones Matanzas, 2013), la compilación de testimonios
*El Doctor Manigua* (Premio Memoria 2012, Ediciones La Memoria, 2013) y la
novela *Las muertes de María* (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara,
2014, Editorial Capiro, 2015) y el libro de ensayos *El Partenón sin Fidias.
Ensayos sobre poesía y ética*, Editorial Capiro, 2019).Ha traducido al español
los cuadernos *De todas las
almas creadas* de Emily Dickinson (Sed de Belleza Editores, 1998), *A una
alondra y otros poemas*, de Percy B. Shelley (Sed de Belleza Editores, 2002),
*Poemas agrestes*, de Robert Frost (edición bilingüe, selección de poemas y
presentación Sed de Belleza Editores, 2008), *Poemas,* de William Carlos
Williams (edición bilingüe, selección de poemas y prólogo, Colección Sur
Editores, Unión, 2012), *Emily Dickinson, Poemas *(edición bilingüe,
selección de poemas y presentación, Ediciones Isla de Libros, Colombia, 2013),
*Trece maneras de contemplar un mirlo,* de Wallace Stevens (edición bilingüe,
selección de poemas y presentación, Reina del Mar, 2014), *Harold Hart Crane,
el divergente *(selec. y pról. de Miladis Hernández, edición bilingüe,
Ediciones Holguín, Holguín, 2015) y *Aullido,* de Allen Ginsberg (edición
bilingüe, selección y prólogo, Colección Sur Editores, Unión,
2016) y *El bosque sagrado*, ensayos de T.S. Eliot (Sed de Belleza,
2017).Aparece
en varias antologías poéticas. Ha colaborado con artículos y poemas y
traducciones en numerosas revistas cubanas y del extranjero. En 2016 el Centro
Provincial del Libro y la Literatura en Villa Clara le otorgó el premio
honorífico Ser Fiel. En 2018 la Editorial Capiro publicó el volumen *La
literatura es mi manera de ser. Acercamientos a la obra de Edelmis Anoceto*.
Pedagogía y Sociedad publica sus artículos bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional